lunes, febrero 05, 2007

Lucía y su velero

Lucía no dejaba nada al azar y no sería éste el momento de hacerlo. Meticulosamente chequeó el listado de todo aquello que debía cargar en su velero antes de navegar hacia el continente. Una vez hecha la lista, verificó que todos, absolutamente todos los implementos de seguridad y confort estuviesen incluidos: balsa salvavidas, pesados equipos de orientación, lonas impermeables, ropa, mucha ropa y más de cincuenta kilos de agua y vituallas eran, en parte, el cargamento que le asegurarían la falta de imprevistos. Una vez que hubo cargado todo, un soleado día martes, zarpó hacia el continente.
Los primeros dos días pasaron sin mayores contratiempos, el viento era estable y el sol golpeaba sus mejillas mientras sus manos guiaban diestramente el timón. Sin embargo, la noche del jueves, grandes nubes grises ocultaron el cielo, a la vez que un fuerte viento se levantaba desde el norte. Lucía despertó estremecida al sentir un súbito subir y bajar de proa, al salir de su camastro vio que había empezado a llover torrencialmente y que el oleaje era cada vez mayor. La navegante tomó el timón intentando, a toda costa, mantener la proa en contra del oleaje. Así estuvo durante más de seis horas, luchando contra el temporal, hasta que, al volver la vista atrás, se percató de lo peor: una altura de más de una cuarta de agua amenazaba con hundir la embarcación. Instintivamente tomó un balde y comenzó a sacar el agua. Al cabo de un rato se dio cuenta de que el agua que entraba era más de la que ella era capaz de evacuar. En ese momento se percató del único detalle que olvidó al hacer su pensada lista: la capacidad de carga del velero era mucho menor que el peso que llevaba y pensó: "cómo no me di cuenta, todo aquello que cargué pensando en mi seguridad ahora amenaza con hundirme..."
Una a una, Lucía comenzó a echar por la borda la balsa, equipos, comida, ropa y muchas otras cosas.
La tarde del domingo, Lucía y su velero llegaron al continente. Agotada por el viaje, bajó del bote, se sentó y apoyando la barbilla en sus rodillas contemplaba como el mar se tragaba el sol mientras pensaba lo que habría pasado si no hubiese tirado todo ese peso.